"Todo sobre ciencia y cultura"

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miércoles, noviembre 08, 2006

Los recuerdos, ¿un invento de la memoria?

Mediante la memoria el hombre teje el material del que se nutre para aprender y para enfrentar el futuro. Pero la memoria no es un registro veraz, sino un mecanismo con fallas que llegan a crear hechos inexistentes.

En Blade Runner, la película de Ridley Scott basada en la novela de ciencia ficción de Philip K. Dick, los replicantes, androides fabricados para servir al hombre, no tienen memoria. Su creador les implantó recuerdos para que pudieran cumplir con sus tareas. Estos humanoides, que se asemejan casi a la perfección a los seres humanos, no tuvieron experiencia alguna de vida. Todo lo que creen saber sobre ellos mismos se debe a implantes de memoria, y, sin embargo, tocan el piano y pueden emocionarse al recordar su infancia.

Esto en cuanto a los replicantes cinematográficos. En la literatura, Jorge Luis Borges insiste en el tema de la sustitución de recuerdos propios por los de otro. La manipulación de la memoria y la identidad son aspectos recurrentes, como en el cuento La memoria de Shakespeare. ¿Y qué pasa con nosotros en la vida cotidiana? ¿Son verdaderos nuestros recuerdos y nuestra biografía o somos, como los replicantes, víctimas de los caprichos del complejo proceso cerebral que es la memoria?

Expertos de Alemania y EE UU confirman que lo normal e inherente a la vida humana es recordar erróneamente. “Toda nuestra vida es un invento”, comenta Harald Welzer, psicólogo social y director del grupo Recuerdo y Memoria, del Instituto Científico de Cultura de la ciudad de Essen. Según Welzer, quien habla de la memoria comunicativa, la memoria forma el yo, pero los recuerdos se forman en comunidad con otros, por medio de la comunicación. Un suceso no es lo que pasó, sino lo que se cuenta sobre lo que pasó. Esto se vería a las claras en los relatos de guerra, que de ser individuales pasan a parecerse hasta formar un gran recuerdo colectivo.
Recuerdos implantados

La psicóloga forense Elizabeth Loftus, de la Universidad de Washington, ha dedicado su vida al estudio de la fragilidad y maleabilidad de la memoria. Realizó estudios en más de 20.000 sujetos pudiendo demostrar, para su sorpresa, que en un 25 por ciento de ellos se podía provocar recuerdos artificiales, como, por ejemplo, sobre viajes en globo que nunca tuvieron lugar en la vida de los pacientes. También comprobó que la memoria se altera y deforma si se agregan informaciones posteriores al recuerdo de un evento.

En torno a lo que recuerdan supuestas víctimas de abuso sexual durante la infancia se ha creado un debate abierto en sociedades como los EE UU, en las que hace un par de años se multiplicaron los juicios por este delito. Hoy día se critica la ligereza con la que se aplicó la ley en casos en los que los recuerdos pudieron haber sido manipulados por psicólogos que creían haber encontrado la clave a los problemas del paciente. Es que 15 años atrás se creía que la memoria era una especie de archivo infalible de lo vivido. Hoy esa tesis está descartada. En el terreno legal, por ejemplo, especialistas alemanes piensan hoy en anular la figura del testigo, ya que, según Thomas Rönnaum, de una conocida escuela de abogados en Hamburgo, “como testigo el ser humano es una maquinaria defectuosa”. En los EE UU un 90 por ciento de los casos de veredictos incorrectos se debe a testimonios falsos.

¿Error o truco evolutivo?

Las fallas tienen un por qué, y parece que, por fortuna, nos benefician. Investigadores alemanes como Hans Markowitsch, profesor de psicología fisiológica de la Universidad de Bielefeld afirman que “la memoria autobiográfica tiene poco que ver con el pasado. Existe más bien para que podamos orientarnos en el presente y en el futuro”. Los recuerdos acerca de las experiencias vividas forman la identidad de una persona. Los sucesos pasan de la memoria de corto alcance al sistema límbico, en donde son clasificados según su carga emotiva. Son los sentimientos los que transforman un dato en un engrama o huella asociativa. Uno no recuerda lo que sucedió, sino lo que sintió cuando algo sucedió. Esta es la respuesta a por qué algunos recuerdos permanecen y otros son fugaces.

Markowitsch lo demuestra en un grupo de pacientes enfermos del síndrome Urbach-Wiethe, que no pueden valorar lo que sienten debido a un mal funcionamiento metabólico de la amígdala y, por tanto, del centro cerebral de los sentimientos. A dichos pacientes se les muestran escenas de un crimen en el que la asesinada lleva un vestido amarillo, y ellos recuerdan el color del vestido, pero no el crimen. Lo banal se conserva y lo importante se desecha.

Son muchas las preguntas que se abren ante la certeza de que nuestro cerebro manipula información para hacernos recordar episodios que no existieron nunca. ¿Hasta qué punto podemos seguir confiando en nuestra percepción, en lo que llamamos elaboración de la realidad? ¿Cuándo es real lo recordado? ¿Aquella bofetada de mamá, o el perfume de nuestro primer amor? ¿Y la dicha pasada, y el pasado dolor? ¿Acaso no es el arte una manera de construir recuerdos propios a través de vivencias ajenas? ¿Y qué es ajeno y qué es propio en un universo en el que todo sucede una y mil veces y todo se relativiza? Lo importante es no perder la cabeza en un mundo en el que la realidad imita al arte.